jueves, 3 de diciembre de 2009

CAPÍTULO 10 (PRIMERA PARTE)


EMPIEZA A DIFUNDIR LA NOTICIA.


12 de Junio


Rob, cariño...


Vale. Necesito empezar diciéndote cuánto te echo de menos. He estado pensando. Lo sé, lo sé, lo sé. Qué estupidez ha sido que pensaras que no debía ponerme en contacto contigo. Por el amor de Dios, cariño. ¿No crees que los dos estamos demasiado implicados? Quiero decir... no puedo superar esto. Lo he intentado, Rob, te prometo que lo he intentado. Incluso me he enrollado con un tío esta noche. Pero no ha funcionado, es demasiado tarde. A la mierda todo. Mariah y Lauren me han llevado hoy al Rockafella- acabo de llegar a mi apartamento. Estar allí ha sido la tortura más absoluta. Ese bar, la puerta trasera... Joder, incluso el taburete donde me besaste estaba allí. Todo estaba igual. Te diré que me he bebido cinco vasos de vino esta noche...Estoy borracha como una puta cuba. Y eso no ayuda, ¿verdad?


¿Qué estás haciendo, cariño? ¿Cómo estás? Te he buscado en el jodido Google, ya sabes. ¿Cuan patético es eso? Se te ve muy cansado en todas las fotos. Te presionan demasiado. Ojalá me llamaras un día o algo. Sólo quiero saber de ti...quiero decir... va, ni si quiera importa. Sé que estoy siendo una tonta. No me incumbe. Pero oír todos esos rumores sobre ti con esas otras chicas, me duele. Supongo que de alguna manera quiero que sepas que no me importa si sientes algo por mí... yo sí siento algo por ti...Demasiado.


¿Puedes creerte lo que acabo de hacer? Acabo de tirar ese puto albornoz negro por la ventana. Probablemente esté en la calle tirado y pisado en este mismo momento. He entrado en el baño y lo he visto allí. Me ha hecho pensar en el sofá y en lo valiente que me hiciste ser esa noche. Dudo que algún día vuelva a tener el coraje para hacer algo así de nuevo.


Pero me equivoqué en una cosa. No debí dejarte hacer las cosas a tu manera. Me arrepiento de haberte dejado ir sin la promesa de llamarme. La he cagado con esto. No es que quiera reclamarte así...pero sólo quiero saber que estás bien, y a la vista de esas fotos, no lo estás... Tengo la esperanza de que si hablase contigo, te haría sentir mejor.


Esto es una puta estupidez ... aquí estoy, a las 5 de la mañana, con los putos pájaros canturreando fuera, con el sol a punto de salir, y yo con mi ordenador, en mi cama, escribiéndote una... carta de amor o algo parecido. Te he tenido en mi cabeza cada segundo de cada puto día desde que te fuiste, y ya hace un mes. Pero ya me conoces; Me gusta decirlo todo y no guardarme nada. Sé lo que estás pensando. Probablemente estés pensando que me he vuelto completamente loca. Puede que sí. Quien sabe. Bueno, qué más da. Ya ni si quiera me importa.


Sólo quiero que sepas que me importó. Y que me preocupo por ti. Siempre lo haré.


-M


La cabeza de Miranda daba vueltas debido a todo el vino que había consumido y sintió la necesidad de escupir todos los pensamientos que le rondaban la mente.


Pulsó el botón de “enviar” y cerró la sesión de su Facebook antes de que pudiera arrepentirse. Joder, seguramente ni si quiera sería él. Sabía que las probabilidades de que fuera él eran escasas, pero le daba igual. Joder, parecía un nombre de usuario apropiado para él y si era de otra persona, al menos se reirían a su costa. Por lo menos, así lo sentía en ese momento.


Sin embargo, al día siguiente, el arrepentimiento empezó a golpear su resacoso cerebro y Miranda ya no estaba muy convencida de que lo que hizo fuese lo más inteligente. Se acomodó en su almohada, regañándose a sí misma por haberse emborrachado tanto como para sentir que le importaba. Tonta. Ahora ya no había nada que pudiera hacer, así que se levantó de la cama.


**


Podría haber sido el mejor verano de su vida.


Era el primer verano de Miranda como una adulta propiamente dicho, con un trabajo decente que pagaba todas sus facturas, con objetivos reales para el futuro más lejano y para el otoño, y un apartamento modesto pero que estaba bastante bien y que le permitía disponer de parte de su dinero para salir de marcha a los locales más de moda de Londres si quería. Además de eso, el verano en Londres había sido razonablemente caluroso y apenas había llovido, al diferencia de anteriores veranos. Era increíble.


Entonces ¿Por qué había sido el peor verano de su vida?


¿En una palabra? Robert. ¿En dos palabras? Robert Pattinson. ¿Y en tres palabras, las cuales se repetía así misma una y otra vez? Robert. Fucking. Pattinson.


Él solito, manteniéndose fiel a su promesa, había conseguido que este fuera el peor verano de su vida. Ni una sola palabra en todo el verano. Nunca la llamó, ni si quiera una sola vez. Y olvídate de los emails, ni tan si quiera un saludo vía Patrick cuando hablaba con él por teléfono. Miranda había estado en la misma habitación alguna que otra vez que Robert había llamado a Patrick. Aunque Patrick nunca había confirmado que era él, Miranda conocía demasiado bien la voz de Robert como para reconocerla. No era justo, y al principió, Miranda pensó que Robert estaba siendo completamente ridículo.


Ella creía que se había olvidado de ella. Esa era la única explicación posible a por qué no había querido hablar con ella o saludarla a través de Patrick. Simple y llanamente se había olvidado de su existencia. Ella, por otro lado, estaba casi obsesionada por saber qué era de su vida. De sobra sabía que no debería prestar atención a los rumores que circulaban acerca de él con otras actrices de Hollywood, pero era difícil de ignorar. De hecho, eran como dagas atravesando su corazón. Sabía que no debía creerlos. Ni si quiera había fotos que lo demostraran. Se le había visto por ahí, la mayoría de las veces cuando iba de su coche a su apartamento, y siempre con las gafas de sol. Por no decir que siempre parecía estar estresado, cansado o las dos cosas al tiempo. Las sonrisas sinceras de Robert habían desaparecido por completo.


Sabía que Patrick nunca la contestaría con sinceridad si ella le preguntara, pero tampoco se atrevió. ¿Y si Patrick le contaba a Robert que ella le había interrogado? Quedaría como una estúpida. El hecho de que Patrick la pillase leyendo la entrevista de la GQ ya fue bastante embarazoso.


Miranda, no veas esas fotos....” la suplicó Patrick.


Solo estaba...ha sido casualidad... estaba ojeando la revista...iba a leer el artículo del Porche nuevo” mintió ella.


Patrick suspiró y dudó antes de responder.


Porque esos... eso... joder. Los que le conocemos no deberíamos-”


¿A qué te refieres?”


No es él y lo sabes” dijo Patrick finalmente.


¿Que no es él?”


Le conoces... aunque sea un poco. Él no es esa estrella de cine” dijo Patrick, señalando la portada de la revista. “Lo sabes ¿verdad?”


Bueno sí. Supongo que sí”


Pues en ese caso” comenzó a decir Patrick, quitándole cuidadosamente la revista y metiéndola debajo de un cojín del sofá. “Miranda cielo, si quieres ver fotos, sólo tienes que decírmelo”.


Patrick la había mirado fijamente durante lo que le pareció una eternidad y Miranda supo que la oferta seguía en pié si alguna vez cambiaba de opinión. El corazón de Miranda gritó a modo de protesta. Su orgullo había hecho que su corazón sufriera durante todo el verano. Se conformaba con saber de Robert a través de Perez Hilton, a pesar de que lo que allí leía la cabreaba. Odiaba admitirlo, pero le molestaron los rumores que empezaron a circular acerca de él con otras mujeres. Por supuesto, en las entrevistas Robert negaba esos rumores, recalcando siempre que estaba soltero. Pero por alguna razón, Miranda nunca llegó a creerle del todo.


Robert le había dicho que el único motivo por el que no se quedaba con ella era porque su vida era una locura en este momento. Ella sabía que le había dicho la verdad; lo vio en sus ojos. Odiaba empezar a dudar de sus palabras cada vez que aparecía un nuevo rumor. Si tenía una chica, significaría que la única razón por la que no se quedó con ella era porque pensaba que no era lo suficientemente buena para él.


Finalmente en Julio, su obsesión empezó a desvanecerse. Ya no soñaba despierta con él cada segundo de cada día que pasaba. Las noticias desde el set de rodaje de Luna Nueva habían sido escasas, afortunadamente, así que no había mucho de lo que escribir y ésto permitió que su corazón y su mente descansaran. Además, su centro de atención había cambiado, tenía algo más en lo que enfocar sus pensamientos.


Había solicitado dos meses antes, en Abril, una beca en la sede central de Naciones Unidas, en Nueva York. Su solicitud fue aceptada a principios de Julio y no podía creer que fuese a vivir en NY tres meses. La satisfacción que sintió fue bestial. Encontrar las referencias adecuadas no fue tarea fácil. Los ensayos que tuvo que preparar para el ingres, aún más difíciles. No cumplía uno de los requisitos para el programa, que era estar haciendo un Máster en trabajo social en una universidad acreditada internacionalmente. Pero afortunadamente, Miranda tenía una estupenda relación laboral con el Defensor de menores Británico, Morgan Williams, y su recomendación había sido decisiva para que la admitieran en el programa.


¡Se iba a Manhattan!


**


28 de Agosto.


Se despidió de su trabajo y de su piso con lágrimas en los ojos. Sólo se iba hasta el 10 de diciembre, pero aún así, era muy triste dejar a la gente y las cosas que le importaban tanto.


Adiós apartamento. Nos lo hemos pasado bien juntos, ¿a que si? Siempre te recordaré” dijo medio en broma, aferrándose al marco de la puerta en un intento de llevárselo con ella.


Su hermano pequeño, Stephen, entornó los ojos molesto pero al mismo tiempo, increíblemente orgulloso, sabiendo que tendría su apartamento para él solo durante los próximos meses.


¡Venga, hermanita! ¿Qué es lo peor que podría pasar?” Stephen era un año menor que Miranda y había heredado la altura y la anchura de espaldas de su padre. Era Británico de los pies a la cabeza; sin embargo, su pelo y sus ojos negros delataban las raíces chilenas de su madre.


Miranda no respondió de inmediato, mirándole en su lugar.


¿Seguro que quieres hablar de eso? Tengo un avión que coger, ya sabes...”


Tienes razón” sonrió él. “Si no pillas el avión, nunca tendré la oportunidad de liberar mi lado salvaje y hedonista mientras tú pierdes el tiempo en América”. Se inclinó y se apoyó en la pared que estaba tras él. “Cuidaré bien de él, lo prometo”.


Nada de experimentos en mi piso, Stephen” dijo Miranda, estableciendo las normas.


Nada de experimentos” asintió él.


Comprueba siempre que no te dejas la cocina encendida”


Sí mamá” dijo poniendo los ojos en blanco.


No fumes aquí dentro”


¡Pero si no fumo!” dijo lanzando los brazos al aire en un gesto de “soy inocente”


Sí que fumas” dijo Miranda con una sonrisa. “Y no metas putillas en mi cama, ¿entendido? Me gusta mucho mi colchón, así que trátalo bien. Por lo menos esterilízalo si alguna vez traes alguna de tus deplorables mujeres aquí”


Joder Miranda” dijo suspirando y sonriendo. “Me encargaré de limpiar el puto colchón si es que tengo suerte, ¿vale?”


No puedo creer que haya accedido a esto”. Miranda se mordió el labio y miró hacia la cocina, donde estaban las tazas que habían usado para el desayuno.


¿Podrías irte ya? ¡Tu taxi lleva minutos esperándote!”


Vale”. Miranda abrazó a su hermano “Adiós hermanito”.


Adiós hermanita” dijo riéndose. “Cuídate”


Tú también”. Miranda sonrió y abrió la puerta del ascensor, introduciendo su maleta.


El vuelo fue absolutamente insoportable a pesar de que se había preparado a conciencia con unas cuantas películas, un par de libros y varias botellitas de vino que le había dado la azafata. Tan solo fue capaz de dormir una hora, lo cual la frustró aún más.


Se pasó horas hablando con una mujer que se sentaba a su lado, quien volaba de regreso a su casa para enterrar a su Chiguagua, Carlos. Todo lo que Miranda recordaba era que había muerto de una especie de enfermedad de la piel y que sería enterrado debajo de un árbol en el jardín de la mujer. Cuando la señora no hablaba de su perro, bebía torpemente de su Bloody Mary o se dedicaba a soltar comentarios estúpidos sobre la película que proyectaban durante el vuelo.


Cuando el piloto anunció por fin el aterrizaje en el aeropuerto de La Guardia, Miranda se sintió la mujer más feliz del mundo.


**


2 de Septiembre.


¡Bienvenidos a la sede de las Naciones Unidas y a la ciudad de Nueva York!”. Una mujer menuda y de piel morena estaba de pie frente a ellos sonriéndoles amablemente. Tenía pinta de ser increíblemente inteligente. “Algunos de ustedes” continuó, señalando con sus manos al pequeño grupo de su derecha “estarán aquí 6 meses. La mayoría de ustedes” hizo una pausa, señalando ahora al grupo de gente más grande, en el que se encontraba Miranda “estarán aquí durante tres meses. A pesar de ello, estoy segura de que ésta será una oportunidad increíble para su desarrollo tanto personal como laboral, y también será una experiencia educacional para todos y cada uno de ustedes”.


Miranda se estiró su falda gris de tubo y miró a su alrededor. Estaba más nerviosa de lo que le hubiese gustado admitir y estaba extrañamente agradecida de no conocer a nadie aún. Necesitaba tiempo para adaptarse a la abrumadora e inesperada nostalgia que sentía al pensar en su hogar y también a la más bien humilde ambición de la gente que la rodeaba. En su ciudad, se había acostumbrado a crecer siendo el tipo de chica con una ambición fuera de lo normal, siempre soñando despierta con algún lugar lejano. Aquí en NY, se sentía pequeña, donde su ambición parecía no poder compararse con la de los demás. Estas personas tenían una buena educación y estaban equipadas con poder suficiente como para cambiar el mundo. Estaba muy orgullosa de formar parte de un grupo tan extraordinario, aunque a veces se sintiera algo intimidada. Una sonrisa de satisfacción se dibujó en sus labios.


La mujer habló sin parar durante otros 20 minutos. Miranda permaneció sentada pacientemente en su sitio, con la espalda recta y completamente concentrada, intentando absorber cuantos más detalles mejor. La mujer se llamaba Susanne y había trabajado para las Naciones Unidas 20 años. Era originaria de Haití, y había superado multitud de obstáculos personales para llegar donde estaba y vivía para ayudar a otras personas a conseguir sus metas.


Miranda había llegado a NY tres días antes para aclimatarse a la diferencia horaria y a la zona. Los becarios tenían que costearse su propio alojamiento, así que Miranda se había alquilado una habitación a unas pocas calles de la sede, en un hotel antiguo que había sido remodelado y que ahora constaba de varios apartamentos que eran exclusivamente para becarias y profesionales. Miranda se había pasado horas buscando alojamiento en NY y se había enamorado del Webster casi de inmediato. Su propietario había establecido allí una organización sin ánimo de lucro para mujeres solteras que necesitaban apoyo y comidas completas mientras trabajaban en NY, sin importar la religión o la nacionalidad. En otras palabras, era justo lo que Miranda necesitaba. No les estaba permitida la entrada a los hombres más allá de la planta baja, lo que en absoluto importó a Miranda. Esa parte de su vida había sido desechada meses atrás. El edificio Victoriano de ladrillo constaba de 12 plantas llenas de mujeres. El acceso a internet no era gratuito, pero era barato. Los baños eran compartidos, y ese habría sido un gran inconveniente para Miranda, pero estaba tan emocionada por estar allí, que no le importó.


Cuando Susanne terminó su exposición, era la hora de comer. Todo el mundo se levantó de sus asientos y se dirigieron al pasillo. La mayoría vestían con traje y Miranda se sentía un poco sosa e informal con su falda y su camisa azul. Claramente, tenía que ir de compras.


Sus ojos escanearon la habitación y se posaron en un tío que estaba como a dos metros de distancia. Su espalda ancha estaba enfundada en una chaqueta gris a juego con sus pantalones. Miranda le observó intensamente, deseando que se diera la vuelta para poder verle mejor. Su fuerte cuello estaba bronceado y su cabeza estaba cubierta por una fuerte mata de pelo rubio. El chico giró la cabeza poniéndose de perfil y Miranda arqueó una ceja, sonriendo ligeramente. Su nariz era algo grande y destacaba en su perfil, pero por lo demás, parecía mono.


De repente, él giró la cabeza y la miró por encima de su hombro. Miranda se quedó paralizada, notando como se ruborizaba al darse cuenta de que le había estado mirando fijamente con descaro. No era el típico tío de portada de revista, pero tenía algo. Sus ojos se encontraron y él sonrió. Miranda le sonrió igualmente, colocándose el pelo nerviosa detrás de la oreja. Cuando hizo esto, él sonrió aún más. Se giró y comenzó a caminar hacia ella.


Hola” dijo, ofreciendo su mano a Miranda. “Soy Andy”. Sonrió con amabilidad y ella no pudo evitar sonreír, percatándose de sus dos hoyuelos y de sus ojos gris oscuro, los cuales estaban enmarcados por unas pestañas largas y rubias.


Oh. Um, hola. Soy Miranda” contestó ella. “Encantada de conocerte Andy”.


Yo también” sonrió él. “¿De dónde eres?” preguntó, mientras ambos comenzaban a seguir al resto de becarios, dirigiéndose a la cafetería.


Londres” contestó Miranda, estudiando nuevamente su perfil. “¿Tú?”


Nashville...eso está en Tennesse”


Sí, sí. Ya sé donde está Nashville. Es la ciudad de la música por excelencia en EE.UU. ¿no?” rió ella, al igual que él, quien afirmó con la cabeza.


¿Cuál es tu especialidad?” preguntó él.


Los derechos de los niños y la ley internacional en la universidad” contestó ella.


Tiene lógica. ¿Conoces a alguien aquí?”


No conozco absolutamente a nadie” respondió Miranda sonriendo. “Así que , en lo que a mi respecta, tú eres mi mejor amigo ahora mismo”


Andy rió escandalosamente mientras entraban en la cafetería. Tenía 24 años, al igual que Miranda, y había estudiado económicas en la universidad de Vanderbilt, en Nashville. Su principal interés era solucionar los problemas financieros del tercer mundo. Miranda se sintió bastante impresionada por el hecho de que un chico pudiera estar tan interesado como ella en la misma materia. Él parecía coquetear con ella, pero el temor exagerado de Miranda a que estuviese intentando ligar con ella se desvaneció en cuanto se percató de que simplemente él era así, era su naturaleza. Era amigable y curioso.


Después de comer, Susanne separó a los becarios en grupos según el departamento al que habían sido asignados. Miranda entristeció al separarse de él. Se giró y observó como el grupo de Andy se dirigía hacia los ascensores. Él se giró y la miró sonriendo. Arrancó un trozo de papel de su cuaderno de notas y corrió hacia ella.


Escucha, no tienes que llamarme, pero me gustaría mucho que lo hicieras” dijo a toda prisa, regalándola media sonrisa. “¡Tengo que irme!”


¡Vete!” rió Miranda. Andy corrió hacia los ascensores, a punto de perder el último a medida que las puertas se cerraban. Miranda escuchó como un par de chicas se reían tontamente, así que rápidamente dobló y guardó el trozo de papel en el bolsillo de su falda. Andrew “Andy” Powell le había dado su número de teléfono, y ella permaneció allí de pié, considerando si debía llamarle o no. Definitivamente le vendría bien distraerse, ya que sus pensamientos seguían llevándola a Robert, pero al mismo tiempo, estaba allí para estudiar y aprender, no para hacer amigos ni coleccionar novios.


Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando Susanne se acercó a su grupo.


Como ya saben, soy Susanne Bayer. Nos hemos conocido esta mañana durante la primera sesión de orientación. Me alegra ver la cantidad de gente que tenemos este año” sonrió amablemente. “Yo seré la responsable de aquellos de ustedes que vayan a trabajar en esta materia en particular. Hablaré con todos y cada uno de ustedes de forma individual un poco más tarde”, continuó Susanne a medida que caminaba hacia el descansillo de los ascensores. “Pero ahora mismo, me gustaría presentarles al resto del equipo de trabajo y familiarizarles con las oficinas y sus alrededores”.


Mirando pasó el resto de la tarde anotando los nombres de las personas y lugares que necesitaría recordar durante su estancia en NY. Cuando se sentó en el autobús más tarde ese día, toda la información se amontonaba en su cabeza. Se bajó del autobús en la parada de St. Penn y caminó unas cuantas manzanas a lo largo de la calle 34 en dirección a su apartamento. Una vez allí, se tiró en la cama y durmió durante 3 horas seguidas, muerta de cansancio y excitación.


Cuando despertó, Miranda encendió su ordenador portátil y se sentó en la cama frente a él. Dependía de él para todo – sus estudios, su música, sus amigos. Estaba segura de que no sería capaz de sobrevivir sin él. Afortunadamente, el Webster contaba con una tarifa bastante razonable de internet. Habría sido una mierda tener que gastarse el poco cambio que tenía en alguno de esos ciber-cafés atestados de gente con ordenadores cutres y con una conexión aún más cutre. Además, prefería la privacidad que le proporcionaba la conexión sin cables cuando hacía su “ronda” diaria: el email, los blogs de sus amigos, el trabajo, y por último, su placer prohibido favorito, Perez Hilton.


No estaba segura de por qué visitaba esa página, pero en lo más profundo, sabía que sólo lo hacía por una razón. Tal vez “alguna fuente desconocida” revelaría qué estaba haciendo, donde estaba, o lo que es peor, con quien estaba haciendo el qué. A veces la suerte estaba de su lado y había fotos nuevas de él. No obstante, nunca saciaban su curiosidad, ya que en las fotos de las diferentes sesiones, no parecía ni él. En las pocas fotos hechas por los paparazzi que aparecían de vez en cuando, parecía estar pasando una mala racha. Siempre cansado y agotado.


Unas días antes, los paparazzi le habían visto en Los Ángeles y Miranda se había asustado un poco al ver lo que vio. Parecía estar exhausto. Su pelo estaba demasiado largo y hecho un desastre, y sus ojos carecían de vida. Ni si quiera se molestó en sonreír cuando se le acercaron los fotógrafos. En lugar de eso, intentó taparse la cara. Miranda también pudo ver que había estado corriendo, intentando evitar las cámaras.


Siempre que veía ese tipo de fotos, se ponía triste. Sentía una punzada en su interior mientras rezaba para que estuviera bien. Patrick la había dicho en una ocasión que Robert no llevaba bien eso del jet lag, e incluso había dejado caer que tal vez no lidiaba con eso de la mejor manera posible.


Miranda pensó en ello mientras repasaba todas las noticias de los demás famosos que Perez ofrecía. No le importaban en absoluto las noticias de los demás, así que apagó el ordenador con un suspiro cuando vio que no había nada nuevo de él. ¿Dónde coño se había metido?


Algo se clavó en su cadera y sonrió un poco cuando sacó el “maldito” trozo de papel del bolsillo de su falda. El teléfono de Andy.

***